El tiempo, el ser y el tiempo. Divago sobre el prolongado
ser. Mientras divago, tengo la sensación que indica otro ser. Al ellos ser yo
no ser. Que soy, ellos o yo. Ser o no
ser siento, a una frontera siento. Los que
siento, lo dejo de sentir como lo sentía.
De un ser X paso a ser un ser Y, restando treinta niveles, queda cientos
de seres que no soy. Entonces pienso, y
entonces vuelvo a divagar. Dentro de poco vuelo a sentir, paso de ser Y a una Z.
Es el ser supremo. Me inclino ante el
ser y lo abrazo. Deposito al ser en mi corazón. Olvido al ser en el corazón, divago por la frontera,
precavido de que no se opongan los entes. Del otro lado de la frontera, veo un
sueño. Pasa el tiempo y la ninfa se aleja por el rio. De zanahoria no recuerdo, nada cuando paso la
golondrina, mis memorias se borraron por un instan, ya no conocía como llegue
de donde estaba. Era un lugar
horripilante, lleno de monstruos que arremetían contra mí. Me defiendo, enloquezco de estrés y me vuelvo
un pavo. Camino un poco más rápido porque ya casi
escapo la nueva frontera que apareció frente a mí. Pero en el instante que cruzaría
los límites entre la miseria y la austeridad, se encuentra un centurión. El me
pregunta que soy. Yo soy el que siente, mi nombre es Arista. El soldado me
dice, muéstreme su IFE, abro la cartera que tenía en la guantera. Le dije tome
mis propiedades, yo lo aseguró. Le doy
mi esposa al vecino, porque es así un acuerdo. La otra me observa la geta, le
busca el barrote, y me la lame de vuelta. Tengo mi ser devuelta, el ser
olvidado.
La calle…
Mario Falcone.
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